Mari es la deidad más importante en la mitología vasca. Mari representa el poder, la naturaleza y la fuerza femenina en la cosmovisión vasca. A lo largo de la historia, la figura de Mari ha sido objeto de fascinación y misterio.
Los orígenes de Mari se remontan probablemente a la época preindoeuropea, en la que los vascos ya habitaban la zona. Se cree que su figura es anterior a la llegada de las culturas celtas e íberas, lo que la convierte en una de las deidades más antiguas de Europa. Aunque las referencias escritas sobre Mari son escasas, su existencia y relevancia se han transmitido a través de la tradición oral y de leyendas locales.
Mari es conocida como la Madre Tierra, la personificación de la naturaleza y la fuerza femenina. Es representada de diferentes maneras, pero a menudo se la muestra como una mujer hermosa y poderosa que vive en las montañas y cuevas del País Vasco, muchas veces rodeada de tesoros y entre llamas. En algunas leyendas, también puede tomar la forma de un árbol, un animal o incluso un fenómeno natural como una tormenta.
El simbolismo de Mari es amplio y multifacético. Por un lado, es una representación de la fertilidad y la vida, protegiendo a los animales y a las plantas. También simboliza el equilibrio entre el bien y el mal, y la armonía en la naturaleza. Su papel como figura maternal y protectora resalta la importancia del matriarcado en la sociedad vasca.
En la mitología vasca, Mari es la esposa de Sugaar, un dios serpiente que representa las fuerzas de la naturaleza y los fenómenos atmosféricos. Juntos, Mari y Sugaar forman un dúo divino que simboliza la unión entre la tierra y el cielo. También son los padres de varios seres mitológicos y divinidades menores.
Mari interactúa con otros seres mitológicos como las lamias, criaturas mitad mujer, mitad animal que pueden ser tanto benévolas como maliciosas. A menudo, se dice que las lamias son sirvientas o hijas de Mari, y se les atribuye poderes relacionados con la naturaleza, la fertilidad y la protección de los animales.
En algunas versiones de la mitología vasca, Mari y Sugaar tienen dos hijos llamados Atarrabi y Mikelatz. Atarrabi es un personaje benévolo y protector, mientras que Mikelatz es un ser más malicioso y destructivo. Juntos, estos dos hermanos representan el equilibrio entre el bien y el mal en la naturaleza y en la vida humana.
Mari es una figura central y poderosa en la mitología vasca, cuya presencia perdura hasta el día de hoy en la cultura, el arte y las tradiciones de la región. Como Madre Tierra, protectora y fuerza femenina, Mari simboliza la conexión entre los vascos y la naturaleza, así como la importancia del equilibrio y la armonía en sus vidas.
A lo largo de los siglos, Mari se ha convertido en un ícono de resistencia, identidad y orgullo vasco, trascendiendo las fronteras de la mitología para convertirse en un símbolo del empoderamiento femenino y la lucha por la igualdad de género. Al explorar la historia y el simbolismo de Mari, podemos obtener una comprensión más profunda de la riqueza y la complejidad de la cultura vasca y su legado en Europa.